¿Cómo vencer el miedo al pasaje difícil?

¿Alguna vez te ha pasado que le tienes tanto miedo a un pasaje que muchos compases antes de que llegue mientras lo tocas no paras de pensar “¡Qué viene! ¡Qué viene el pasaje difícil!” y te bloquea la expresividad? 

A mí sí. Por mucho que estudiase ese pasaje, la música desaparecía por el esfuerzo de conseguir pasarlo sin pararme o sin equivocarme. Así que, aunque superase ese pasaje difícil con éxito, seguía insatisfecha por no expresar musicalmente todo lo que quería expresar

Analizando bien lo que pasaba en mi aprendizaje de una pieza, me di cuenta de que en algunas obras la etiqueta de “pasaje difícil” ya venía desde antes de tocar la primera nota.  Lo tenía asimilado porque la retahíla de notas rápidas escritas ya me imponía, o porque, por ejemplo, un estudio de Chopin calificado como difícil tenía que ser eso, difícil para todo el mundo. 

Pero, ¿Cómo vencer el miedo al pasaje difícil? ¿y si antes de empezar a trabajar el pasaje difícil, me dedicaba a trabajar el miedo a ese pasaje difícil? De ahí es dónde saqué uno de mis principios pedagógicos, uno de los que más repito a mis alumnos: que un difícil es la suma de muchos fáciles. 

El miedo a lo difícil lo dividí primero en subjetividad y objetividad.  

¿Por qué era difícil? ¿Era por qué lo decía todo el mundo? ¿O por qué si es difícil tiene más relevancia? ¿Quizás por qué tenía muchas octavas rápidas? ¿O bien por su digitación? 

Lo subjetivo, como lo que dicen los demás sobre la dificultad de esa pieza, decidí apartarlo, como si nadie me hubiese dicho nunca nada sobre ella. Y lo objetivo, decidí trabajarlo por separado, elemento a elemento, con una jerarquía que establecí de más importante a menos según su relevancia en la partitura. Las octavas rápidas pueden ser un obstáculo, pero según la línea melódica, puedes hacerlas con unos gestos que te permiten descansar. O la velocidad la podía trabajar teniendo muy en cuenta si el pasaje era pesante o leggiero, adaptando mi técnica a lo principal, que era la música.

Trabajando cada elemento por separado me permitía focalizar, estar concentrada y llegar a la solución mucho antes.

Después iba combinando los elementos que había separado entre sí hasta llegar a tocar todo el pasaje con comodidad y soltura. Eso sí, tengo que decir que los conocimientos de técnica son fundamentales, ya que a veces no puedes llegar solo a una solución sin que te guíen sobre cómo tocar y entrenar tus manos. Ahí, tu profesor es fundamental. Y que le hagas todas las preguntas que tengas, lo más precisas posible, también!  

A mí me ayudó especialmente mi maestro Emmanuel Ferrer, quien me guió en infinidad de dudas y me regaló la autonomía necesaria para encontrar las soluciones yo misma. 

Acabo este tema añadiendo que a esos pasajes difíciles los llamé MMV, es decir Mil Millones de Veces. Algo exagerado y llamativo para recordarme a mí misma que es de las primeras cosas que tenía que trabajar (y de manera intensa) al abrir la partitura. El MMV era el “malo” de la peli, el monstruo de la historia o el dragón que había que combatir. MMV sirvió para combatir la palabra miedo y hacerme sentir segura desde el primer momento. Con estrategia, tiempo, conocimiento y constancia lograría “vencer” a ese dragón y acabar con un final feliz lleno de expresividad musical. 

Así que el miedo al pasaje difícil ya se transformó. Se acabó el “no puedo”. ¡Qué viene el MMV! ¿Y qué? Tanto mis alumnos como yo, ya no le ponemos otro nombre al pasaje difícil. Al final del estudio, el MMV desaparece y se vuelve música, como todo lo demás. 

Y después de tanto trabajo, sólo nos queda disfrutar…